sábado, 31 de enero de 2009

El riesgo de vivir en una cultura competitiva


En la actualidad un sinnúmero de interrogantes aparecen en función de exponer o no a los niños a los efectos de la competición. Existen posturas claramente definidas al respecto, se encuentran por un lado aquellos que sostienen que es ampliamente nociva la competición a edades tempranas y por otra parte, hay quienes consideran que es la única forma posible de que el deportista se acostumbre a la presión de la competición y le pueda resultar satisfactorio.
Personalmente considero que existe una confusión en principio conceptual acerca de que es la competición, como se puede buscar la competitividad en los niños, y esencialmente como cada uno de los procesos que los niños atraviesan se ven claramente influenciados por los reforzadores externos, que terminan configurando la asertividad o no del proceso.
Personalmente considero que resulta más operativo utilizar el enfoque de la Evaluación Social que realiza Martens acerca de la competición, el cuál considera que la competición es algo más que un suceso único, sino que implica un proceso que abarca varios estadios o fases:
Situación Competitiva Objetiva.
Situación Competitiva Subjetiva.
Respuesta.
Consecuencias.
La situación competitiva objetiva es el desafío de la prueba propiamente dicho, lo cuál incluye un patrón de comparación ya sea con otras personas, con registros personales anteriores o con un nivel ideal de rendimiento.
Por su parte, la fase de competitiva subjetiva es clave y consiste en el modo en que la persona percibe, acepta y valora la situación competitiva objetiva. Factores tales como capacidad percibida, la motivación, la importancia de la situación competitiva y el adversario pueden influir claramente en la evaluación subjetiva del entorno competitivo. El desarrollo de una correcta capacidad de evaluación de la situación competitiva objetiva determinará un estilo de deportista con motivación para el logro, o competitivo.
Una vez que la persona ha evaluado la situación decide si participar en ella o no, iniciando la tercer fase del proceso de competición que es la respuesta. La misma se da en niveles conductuales, fisiológicos y psicológicos.
Luego de la respuesta comienza la fase final es decir la comparación de la respuesta del deportista con el patrón de comparaciones. En función de esto las consecuencias normalmente suelen ser positivas o negativas, las cuales suelen asociarse con éxito o fracaso. No obstante es más importante la percepción que el deportista tiene de sus resultados que las consecuencias objetivas. Es decir que si el deportista considera que ha elevado su nivel de ejecución, por más que no haya ganado, posiblemente las consecuencias continúen siendo positivas y actúen como incentivo o motivadoras para próximas situaciones competitivas.
Pero también hay que tener en cuenta otro aspecto en esta fase final, especialmente en el deporte infantil, y es la valoración de los terceros cercanos al deportista. El entrenador, los padres, los amigos o familiares puedan transformar una valoración positiva del deportista en una catástrofe emocional. Suele encontrarse en ocasiones que parte del entorno del deportista vivencia cada derrota de su niño como un fracaso catastrófico. Indudablemente esta sensación desencadena emociones negativas en el deportista y lo único que propicia es la evitación de la situación competitiva.
En función del modelo de Evaluación Social aquí presentado, existen dos fases en función de las cuales debemos trabajar ayudando a los niños y son las fases 2 y 4. Una correcta evaluación de la situación competitiva objetiva y consecuencias adecuadas perfilarán sin duda un estado competitivo en los niños deportistas.
La evaluación de la situación competitiva depende en gran manera de la capacidad percibida que tenga el niño acerca de sí mismo. Si el niño considera que puede dominar o no el evento es lo que lo llevará a participa o tenderá a evitar la competición. Ineludiblemente deben existir programaciones cognitivas, a nivel mental de forma tal que posibilite que cada niño encuentre en la competencia una posibilidad de aprendizaje más que una amenaza que atenta contra su capacidad deportiva.
Existen mayoritariamente dos estilos formativos en la progresión deportiva del niño, uno es orientado a la ejecución mientras que el restante es orientado al resultado. Resulta necesario remarcar que es imprescindible que la mejor orientación motivacional es aquella orientada hacia la ejecución.
La misma se caracteriza por la orientación de la persona hacia el esfuerzo por conseguir sus metas, con persistencia a pesar de los fracasos y con la sensación de orgullo por las ejecuciones realizadas. Este estado motivacional de logro en el ámbito deportivo se conoce como competitividad.
La competitividad configura deportistas que tienden a buscar desafíos, que se esfuerzan por conseguir sus objetivos y que persisten en su actividad a pesar de derrotas o lesiones. Obtienen placer por la actividad que realizan.¿Cómo se configura la competitividad? ¿Qué debemos hacer? Esencialmente lo primero que debe realizarse es definir los roles que cada uno debe asumir. Es decir el entrenador es el encargado de formar al deportista y los padres son los encargados de acompañar a su hijo deportista, no de acompañar a su hijo ganador o de abandonar a su hijo perdedor. Todas las consecuencias que obtenga el deportista por su actuación servirán como energía para continuar o para evitar las próximas competiciones.
Entonces a partir de lo aquí expuesto es que tenemos que tratar el tema de las recompensas, los premios y los castigos. Ya sea por parte del entrenador o por parte del entorno es esencial premiar el esfuerzo por competir, por mejorarse y olvidarse de castigar por resultados adversos. Habitualmente suele suceder que el viaje de ida es placentero y el viaje de vuelta de la competición resulta un verdadero calvario.
Desde ahí se puede trabajar para formar la competitividad de los deportistas infantiles, premiando sus ejecuciones independientemente del resultado. Trabajando en función de sus ejecuciones mucho más que en función de los resultados obtenidos, de lo contrario pueden llegar a encontrarse con varios deportistas adolescentes totalmente frustrados y alejados de la práctica activa, dado que al ser desarrollados precoces a edades tempranas obtenían muchos resultados y eran constantemente premiados. El riesgo es cuando se equiparan las capacidades físicas y desaparecen los premios, en consecuencia desaparece el placer por la práctica de la actividad. Técnicamente este proceso suele conocerse como agotamiento emocional, y es el producto de castigos por la falta de resultados.
En función de lo expuesto queda planteada la pregunta ¿la competición es buena o es mala? Personalmente considero que la competición es un proceso social, que no es buena ni es mala en sí, sino que depende de los reforzadores que se le apliquen, de la orientación que le otorguen los agentes del contexto deportivo. Mucha gente obtuvo gran placer por competir de la misma forma que otra obtuvo frustración y displacer.
Considero que la práctica deportiva al igual que la educación son un proceso social en sí, y que la idea central para mantener y consolidar estos procesos no debe ser únicamente obtener doctorados ni maestrías sino asegurarse que la educación inicial cuente cada vez con más participantes.
Es este el desafío que nos queda planteado a todos aquellos que formamos parte del entorno deportivo, no sólo lograr formar campeones sino conseguir que la base de la pirámide deportiva resulte cada vez más grande.
FUENTE : WWW.SOBREENTRENAMIENTO.COM

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